28 de agosto de 2011

TATANKA IYOTANKA (TORO SENTADO)

Bienvenid@

En la última entrada te hablé de los 3 centros: Centro instintivo, centro emocional y centro racional. En nuestra sociedad hablar del centro instintivo produce una sensación de alarma ya que desde hace siglos este centro ha recibido la calificación de perverso. Es por ello que durante generaciones llevamos el mismo patrón: intento de control por parte de nuestro centro racional. Funcionamos desde nuestro centro racional sin hacer caso a nuestro instintivo, y así nos va:  Perdemos la información básica y vital que resuena en nosotros y que hace posible la vida. Niveles de información de nuestro cuerpo y del cuerpo de este planeta en el que vivimos. 

Como nos hemos pasado la vida intentando controlarlo, se refleja exactamente eso en nuestro exterior: intentamos controlar el planeta porque consideramos desde nuestro centro racional que el planeta es nuestro de la misma forma que consideramos que el cuerpo es nuestro, y yo me pregunto ¿de quién?

Desde el centro instintivo vivenciamos que el cuerpo soy yo de la misma forma que el planeta también soy yo.

Y esto ocurre porque consideramos que si escuchamos las informaciones de nuestro centro instintivo todo se desestructurará y seremos animales, bestias. Bueno, desecha ese temor porque ya lo somos. Compartimos información con nuestros hermanos animales, venimos del mismo campo de información y, a pesar de todos nuestros intentos, vivimos como ellos, no puede ser de otra manera. 

Han existido y existen seres humanos que viven también desde  su centro instintivo y a su centro emocional. Tranquilo, en estos el centro racional no deja de existir. Simplemente su centro racional se sintoniza con la vida y no con el miedo. Un ejemplo claro es Tatanka Iyotanka jefe, chamán y líder espiritual sioux.  Nosotros lo conocemos como Toro Sentado. La carta que escribió al Presidente de los EEUU Franklin Pierce es un claro ejemplo de una persona en la que sus tres centros están en armonía y percibe la realidad desde los tres centros. Su centro racional está unido a sus otros dos centros. Además nos habla de la diferencia entre vivir desde la unión a vivir desde el control Reproduzco sus palabras; ante éstas todo está dicho:

El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el JefeSeattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.

¿Cómo podeis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habeis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja respolandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja. 

Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre, todo pertenecen a la misma familia. Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comparar nuestras tierras, es mucho lo que pide. El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. 
Mas, ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y debereis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cad reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. 

Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, debereis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; debereis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que dareis a cualquier hermano. 

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se puden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.

No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizá sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje, y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.

El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento; el animla, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si os vendemos nuestras tierras, debeis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con tdoa la vida que sustenta. y, si os vendemos nuestras tierras, debeis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera. 

Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí. 
Vosotros debeis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. para que respeten la tierra, debeis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debeis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen al suelo se escupen a sí mismos.

Esto los sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida; es ólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a si mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacinadas como la sangre que une a una familia. 

Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con él -de amigo a amigo- no puede estar exento del destino común. Quizá seamos hermanos después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensais quizá que sois dueños de nuestras tierras, pero no podeis serlo. El es el Dios de la humanidad y su compasión es igual para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle daño signifca mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombre blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contaminais vuestra cama, morireis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentireis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterinados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció ¿Dónde está el águila? Desapreció. así termina la vida y comienza la supervivencia.


Aquí hay sabiduría, y ésta se consigue cuando existe sintonización. No hay centro que controle, todos funcionan al unísono y entonces resuenas con la información. 

Que la luz de tu corazón guíe tu camino.